la Bersuit Vergarabat y Los Piojos
“El que no salta es un ingles...”
El cantito, tribunero, apasionado, la máxima muestra de identidad patria (más allá de la paradoja de que "el que no salta es un inglés" estalle en un festival rockero) sonó con potencia en las dos noches más populares del Quilmes, las que cerraron Bersuit y Los Piojos. Alejados de la lógica competencia que ambas bandas protagonizan por la cima de la popularidad (la noche de Bersuit vendió más entradas: agotó 32 mil y dejó gente afuera) y de los gestos extra musicales (Los Piojos se sumaron al festival con una presencia diferenciada, armando su noche como fiesta propia), ambos pusieron en escena sus excursiones estilísticas alrededor de la música popular argentina, las bases con las que, con diferencias, construyeron y ahora sostienen su popularidad. Y una vez más, los límites de la identidad patria quedaron a la vista: unos, Bersuit, eligieron una oportuna declaración indigenista para la víspera del 12 de octubre; los otros, las metáforas de epopeyas deportivas entre el box (entraron al estadio seguidos de cerca por una cámara y un haz de luz y hasta armaron un ring en pleno Ferro) y los botines de Maradona.

El Pelado Cordera, consciente del rol estelar que ahora le toca, entrenado físicamente a fuerza de la propia disciplina que impone el ritmo de tocar y tocar (la banda apenas interrumpe con cortas vacaciones un ritmo de casi 200 shows en el año), cambió los modos escénicos: ahora se lo ve disfrutar plenamente las dos horas de su set, concentrado, divertido, moviendo las caderas, mucho más cerca, en su performance, de la Mona Jiménez que del Indio Solari. En la noche de Ferro, las pantallas gigantes lo mostraron en estado de sonrisa permanente... Su apuesta festivalera, casi calcada de sus shows recientes, fue por la murga, el candombe, la cumbia. Esa estructura sonora de Bersuit, sostenida rítmicamente por la percusión y los arreglos, se para en los bordes del rock & roll. Si antes lo parodiaban (qué son sino esos pijamas que lucen aún hoy casi a modo de uniforme) ahora lo evitan a favor de la arenga sexual y libertina en la que mezclan su particular mirada sobre lo argentino (con bandera en el escenario y todo): la de regodearse en nuestras contradicciones.

Decadencia, sí, pero auténtica. Los Piojos, en cambio, en esas tres horas de la noche final en las que casi milagrosamente paró de llover, apostaron al rock & roll que los vio nacer, pero con la destreza (instrumental, escénica, rítmica) que adquirieron en su camino a esta fama. Sostenida cada vez más en la guitarra de Tavo Kupinski (y en los aportes del tecladista de Ipola y el percusionista Farías Gómez) logran combustión en "Ando ganas", "El balneario de los doctores crotos" (acaso sus mejores temas en vivo) y el tándem de "El farolito" (con "La rubia tarada" incorporado) y "Como Alí". Como en la historia revisada que hoy es boom editorial, el ser argentino y sus lugares más comunes estuvieron en Ferro. Ya no se canta más esa prepotencia utópica de "Se viene el estallido"; ni siquiera se ruega por "San Jauretche", acaso dos profecías que parecen incorporadas a la historia en la era post-cacerloazo (aún se ve en las pantalla de Los Piojos) del peronismo de Kirchner. Cordera y Andrés Ciro, con sus manuales bajo el brazo y su rock sindical, de gremio docente, se ofrecen como maestros de historia.
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